EL NARIGÓN
Texto: @historiasvivas
Fotografía: @fernandoluisdifrancesco
Sobre un cajón de birra que se usa como mesita de luz está el celular que en tres minutos despertará a El Narigón.
Hace meses que El Narigón no madruga. Odia las mañanas. Prefiere despertarse cuando se empiezan a escuchar las primeras cumbias en la villa y el olor a pan con chicharrón que hace Norma, su madre, invade el rancho.
Pero El Turco había sido muy claro.
— El laburo es una gilada, Nariz. Eso sí, hay que estar ahí a las cinco de la matina. El Loro nos va a prestar la chata. Si la jugada nos sale piola, después hay que tirarle una moneda. Ahora, si tenemos que descartarla, es otra historia.
En un minuto va a empezar a sonar la cumbia despertador “Danza de los mirlos” y va a vibrar un poco el cajón de birra. El Narigón rezongará. Puteará un par de veces en voz baja, para no despertar a Norma, que duerme en la pieza de al lado, al pelotudo de El Loro por haber prestado la chata y al gil que le pasó el dato a El Turco de la movida mañanera, cuando todo el mundo sabe que la noche se hizo para robar y el día para dormir.
El Narigón se va a levantar de la cama. Va a pisar una cajita de vino vacía de la noche anterior. Se va a calzar el fierro y va a esperar los tres bocinazos de la chata de El Loro.
A las cinco de la mañana, en una esquina del barrio de Flores, escondidos detrás de un árbol, están El Turco y El Narigón. Todavía es de noche. El Narigón siente frío. Más frío que de costumbre. Tiene el cuerpo helado.
Al mediodía Norma, mientras prende el fuego en la parrilla, se va a enterar por una vecina que a su hijo lo mataron por intento de robo a un blindado.